Y un día deja de doler, no sabes como ni de que manera. Pasas de pensar en ello todo el tiempo, de angustiarte por lo que pudo ser y no fue o por lo que sí podría haber sido… a pensar en nada.
Ese día que deja de doler y no sabes como fue. Pasas, de tenerlo en la cabeza a cada instante, de la desazón que te produce lo que ocurrió y de carcomerte con cada secuencia aun en tu retina, a sencillamente …nada.
Tal vez es el tiempo quien lo cura, tal vez la resignación o la resiliencia. ¿Pero sabes qué?
Yo pienso que quien lo cura es tu “YO” que ya se agotó. Ese día.
Dejó de apegarse al recuerdo de lo bonito vivido. Dejó de tener miedo a no volver a sentir eso por nada, ni por nadie en concreto o tal vez …muy en concreto.
Ese día, que te das cuenta realmente, que la herida, se curó. Miras y solo está la cicatriz, entonces te preguntas si sirvió de algo o perdiste.
Tal vez perdieses la confianza en ti o en los demás o tal vez fortaleciste tus vínculos con tu alma. No sé a cada ser humano, el dolor y el sufrimientos nos cambia de una manera diferente.
A todos nos pasa factura, todos debemos aprender a sobrellevar el dolor y a salir del sufrimiento contigo ahí dentro, conduciendo ese corazón mordido que poco a poco irá regenerándose.
El día que reconoces por fin esa sensación, es una liberación, tal vez quede algo de nostalgia ante lo acontecido en aquella época.
Pero lo mismo que te sirvió para aprender y para evolucionar, te servirá de lección de vida en cuanto a sentirte enérgico a pesar del cansancio.
Porque al fin y al cabo que es vivir sino una sucesión de experiencias que nos hacen crecer y madurar a cada instante. Creo…que me he repetido un poco.
El día que deja de doler, no haces grandes fiestas. Sobran las celebraciones, simplemente sigues conviviendo con tu presente, ese famoso pasar página se hace patente.
Porque mi Nomi, llega un día en el que deja de doler, como se suele decir, “todo llega, todo pasa y esto también pasará”.
Ese día que deja de doler vuelves a sonreír así que…cambio lo dicho: